viernes, 27 de septiembre de 2013

VOLVER (SALSA DE TOMATE)

Hace demasiado tiempo que no escribo/cuento/comparto nada aquí. Lo sé. Y tengo que pediros disculpas porque los que dedicáis vuestro tiempo a leer esto, sois muy importantes tanto para este blog y como, por supuesto, para mí. En mi descargo, quiero alegar que todo ha tenido sus porqués y que hay razones para que a veces uno no haya estado para nada. Pero tranquilos, no pienso daros la chapa. Una cosa es contar parte de tu vida –más o menos novelada, ya sabéis– y otra muy distinta, aburrir al personal.

Quiero ir contándoos cosas que han ido pasando a lo largo del año: participé en un concurso de postres (sobre eso ya he contado algo, pero hay más), salí en la tele y saldré –o más bien mi receta– en un libro, he viajado este verano y he visitado sitios geniales, he descubierto (menudo descubrimiento, diréis) el farinato... Mucho que contar.

Pero vayamos al grano. Se acaba la cosa. El verano, sí, como en “esa” canción del Dúo Dinámico. ¿Hay algo más deprimente? Aunque me hace gracia. Te traslada a una época en la que la gente iba al cine a ver cómo otros iban de vacaciones y se compartía una Coca-Cola. En realidad, ahora que lo pienso, no es tan distinto de lo que nos está tocando vivir. Ahora en vez de ir al cine vemos callejeros viajeros pero lo de compartir las consumiciones vuelve a la carga. Bueno, la diferencia está en que ahora la banda sonora la ponen Bisbal y Juan Magán. Es duro, lo sé, pero hay que sobreponerse.

Os decía que se acaba el verano pero aún hay tiempo (unos tres días más o menos porque siempre se me echan encima los posts) para disfrutar de los últimos tomates de verdad de la temporada. De los de verdad, sí. De esos que algunos tenemos la suerte de disfrutar porque tenemos padres con huerto.

En realidad, la mayoría de las veces los sufrimos pero nadie lo sabe. Porque lo que no se le dice a esos compañeros de trabajo que miran envidiosos la ensalada que has llevado para comer, es que esas verduras que huelen tan bien, que tienen tan buen color, que les recuerdan a sus veraneos en el pueblo aquel –repleto de zagalas y moscas– de sus padres, forman parte de un cargamento interminable que te han endosado los tuyos. Que en los rústicos y pastoriles huertos de los muy rústicos y pastoriles pueblos, crecen las hortalizas a una velocidad endiablada y en un número imposible de asumir (y mucho menos de digerir) por ningún estómago humano con capacidades alimentarias normales.

Y al menos los tomates son versátiles y admiten mil preparaciones, pero ¿y qué hace uno cuando el fruto de la huerta son kilos y kilos de zanahorias baby? Es dura la vida del hijo del hortelano, creedme.

Ya en serio, es una suerte que alguien cercano tenga un huerto. No tanto porque las verduras te vayan a salir a buen precio (porque supongo que deben salir bastante más caras que las de cultivo intensivo, claro) si no porque tienes acceso a un producto de temporada que ha madurado al sol. Eso se traduce –no hace falta que lo diga pero lo hago– en aroma y sabor. Vamos, que los tomates saben a lo que tienen que saber y no a polietileno expandido marca ACME.

Pues con esos tomates, aunque en el último envío (me temo que el último de la temporada) de père Cocotte también había pimientos verdes con pinta de estar deseando ser fritos y colocados sobre alguna hamburguesa casera y más que rellenables berenjenas, nos hemos hartado este verano de gazpachos, ensaladas, picadillos y salmorejos. Y alguna otra cosa más que ahora se me olvida, seguro.

Pero estamos en otoño, al menos en el calendario, y puede ser una buena idea guardar un poco de verano para más adelante. Nuestra propuesta –la receta la sacó Mme. Cocotte de un libro de cocina italiana– es elaborar una salsa de tomates casera con albahaca. Después la podríais envasar como una conserva y todo eso pero es más sencillo simplemente congelarla. Os aguantará meses perfectamente y podréis usarla en lo más crudo del crudo invierno, mientras miráis desde vuestra ventana a la gente que anda apresurada y abrigada hasta las cejas intentando espantar al frío, para darle color y calor a la vida. Que a veces vienen bien.

Que no se me olviden un par de cosas. La primera, como podréis observar, es que estoy de reformas. He cambiado ligeramente el aspecto del blog y quiero añadir algunos contenidos. Un tabique aquí, un alicatado allá. Nada muy radical, pero que quede bonito. Si tenéis alguna sugerencia, contádmela por email, Twitter, Facebook o como sea.

Lo otro es que he abierto cuenta en instagram (instagram.com/monsieurcocotte) . En realidad ya la tenía pero apenas la usaba. Ahí voy colgando cosas que veo, me pasan, fotos de Valentina y eso. Nada importante, pero si os apetece cotillear... Y ya está. Hasta la próxima, que no se hará tanto de rogar #palabrita

Por supuesto, tenéis la receta en un PDF limpito y sin arrugar aquí.


SALSA DE TOMATE (SALSA FRESCA DI POMODORO #TOMAYA)

Dificultad: si sabes distinguir el extremo con cuchillas de la batidora, puedes hacerlo. ¡Ánimo!

Ingredientes (Sale como medio litro de salsa.):
  • 2 cucharadas de aceite de oliva (virgen extra, claro).
  • 1 cebolla cortada en dados.
  • 1 diente de ajo picado.
  • 1 kg de tomates maduros, pelados, sin pepitas y picados.
  • 6 hojas de albahaca.
  • 1 cucharadita de vinagre (idealmente, balsámico pero yo usé del de Jerez).
  • 1 cucharadita de azúcar.
  • Pimienta negra recién molida.
  • Sal.

Preparación:

1 Calentamos el aceite en una cacerola. Añadimos la cebolla y la dejamos al fuego 3 o 4 minutos, hasta que se ablande y la veamos transparente. Agregamos el ajo, removemos bien y lo dejamos un minuto más.

2 Añadimos, sin parar de remover, el tomate, la albahaca, el vinagre y el azúcar. Lo dejamos 30 minutos a fuego lento, removiendo con el cucharón de madera de vez en cuando para que no se nos pegue. Así nos creeremos un poco mamma italiana.

3 Salpimentamos la salsa y la pasamos a una batidora o a un robot. La batimos hasta que quede suave. La reservamos para cuando nos haga falta. Aguanta en el frigorífico 2 o 3 días, pero es mejor congelarla y utilizarla antes de 3 meses.

Nota: Conviene utilizar tomates maduros en plena temporada. Cuando no se tengan a mano, pueden sustituirse por tomate en conserva. Hacerlo con tomates de plástico invernadero en pleno mes de enero es una tontuna. Las cosas como son.